Cuando era pequeña me parecía un poco raro todo porque yo no tenía pueblo. Un día entendí que era madrileña de generaciones. Una rara Avis. Ahora me siento agradecida y bendecida de ser de aquí, de Madrid.
Mi familia es oriunda de Tetuán y Nuevos Ministerios. Calle Dulcinea, Calle Chumbera. Queda poco o nada de esos lugares pero queda la historia de mi familia, mis orígenes. Siempre digo que soy la reina del Norte y es que prácticamente toda mi vida se ha situado en esta zona geográfica de la ciudad.
Soy madrileña de generaciones. Soy gata. Orgullosa. Uso fetén y chipén. Me encaramo claveles en el pelo por San Isidro.
Desde muy pequeña sentí cierta fascinación por su historia y cultura. En primero de la ESO decidí apuntarme a una optativa llamada patrimonio cultural dónde se estudiaban cosas curiosas como los pasadizos subterráneos de la ciudad, sus fuentes y simbología, sus pinacotecas. Éramos muy pocos, una especie de misfits, sentimiento que me persigue desde cría.
Es cierto y no me escondo que desde joven he sido un ser un poco petulante, al menos para la sociedad, aunque yo me veo más como una persona con altas necesidades de conocimiento. Supongo que no es malo pero siempre hay algún dedo señalador.
Como dije en el anteriormente, siempre soñé con estudiar historia del arte. Siempre he tenido una mágica conexión con la arquitectura, una pasión indescriptible por las artes plásticas. Mi biblioteca se compone de libros sobre Madrid y otro porcentaje muy alto, de libros de la casa Taschen. No desisto en este sueño, me queda carrete.
Con los años mi relación con Madrid se estrechó aún más. Mis sábados por la tarde, durante algunos años, eran sentarme en el extinto Delina’s (una cadena previa a los Starbucks y otras lindezas) después de salir de la biblioteca. Me encantaba porque las ventanas daban sobre la Gran Vía y me permitía observar sin ser vista, una voyeur urbanita. Una criatura de asfalto, adicta al alquitrán.
Mi primer trabajo y el que más me ha durado hasta el momento fue en el área de Turismo del Ayuntamiento de Madrid. Aprendí lo que es la vida y ganarse el pan pero sobre todo aprendí a amar mi ciudad. Todos los días eran un aprendizaje, un tema nuevo. Y esa pasión se quedó en mí para siempre.
“Viviré y viajaré mucho fuera, pero mis huesos en Madrid”, siempre digo. Desde que tengo uso de razón me ha encantado pasearme por sus calles, sin mucho en qué pensar y descubrir rincones. Siempre llevo mis listas a mano donde anoto cafeterías, restaurantes, tiendas. Me gusta y necesito participar activamente en lo que me ofrece, en todos los niveles.
Se odia mucho a Madrid. De hecho, hubo una época que me daba coraje decir de dónde era abiertamente. Pero con la edad al igual que me importa poco que se me vea una cana, llevar las uñas mal pintadas o la temida lorza veraniega, me importa poco o nada la opinión sobre mi ciudad. Asumo cómo es.
Es una ciudad difícil, sí. Todos soñamos con una vida mejor aquí, pero el pastel se reparte entre más gente. Siempre hay atascos y alguna acera en obras. Todo va con cola o reserva, no existe la espontaneidad. Vivo en el Uber o en el metro. Vale dinero respirar. Todo es más caro. No ponen tapa. Se gentrifica a cada minuto.
Madrid es hospitalidad. Es acogedora. Se abre a la gente. Abraza las tendencias. Puedes ser tú mismo. Nadie te mira especialmente. Es divertida, crápula, nocturna.
No podría vivir sin sus 300 cafés de especialidad aunque los odiéis. Me costaría vivir sin su vermut de grifo en barra de zinc y sin las bravas de El Maño. Ya me jode no disfrutar de las pizzas del Mastropiero pero ahora tengo las del Parking Pizza para llorar sobre una masa.
No podría vivir sin sus antros nocturnos, sin su Chamberí ni sin el Museo Sorolla. Sin sus restaurantes chinos con flema asiática. Sin sus grandes calles con increíbles edificios patrimoniales. Sin la puñetera estación de Atocha.
Me gusta Madrid porque cada uno pinta su historia aquí dentro. La mía es muy sencilla: Una chica de mediana edad, con una vida entre la rutina y la disrupción, amante de lo asiático y adicta al café. Demasiado intelectual para el mundo actual.
Madrid no es de nadie. Soy gata pero no la poseo. Me gusta compartir mi ciudad, mi saber y mi amor por ella. Tengo muchos amigos de paso aquí y felizmente les enseño las bondades de la villa y corte. Aunque sea un paseo temporal, quiero que se lleven Madrid en el corazón.
Hoy digo en alto que amo Madrid. Amo su gente, su luz, sus lugares. Su vida cultural, sus parques, su legado. Soy neochulapa, sí, no por la connotación política que están dando a esta palabra ciertos partidos sino porque sí valoro mis raíces, me enorgullecen y cuido sus orígenes e historia.
Es un canto de amor a la ciudad que me quita la vida pero tantas veces me la da. En lo que a mí respecta, no podría ser de otra parte. La aceituna del vermut es tan de Madrid como yo, auténtica idiosincrasia.
Dedicado a todas y todos los que por azar o destino o suerte, elegís Madrid y os cruzáis en mi camino.